Elara se quedó sentada en el sofá de cuero, paralizada por la confesión de Duncan. Las últimas palabras, "La única forma de expiar mi culpa es aceptar su odio," resonaron con una finalidad brutal en la vasta biblioteca. El corazón de Elara latía con una mezcla de pánico y urgencia. Ya no se trataba de un chantaje sin fundamento; se basaba en una traición real.
—Duncan —dijo Elara, levantándose rápidamente para acercarse a la chimenea, donde él seguía dándole la espalda. Su voz era desesperada, una súplica intensa—. ¿Qué fue lo que paso? No puedes simplemente decir que arruinaste la vida de tu hermano y que mereces este trato. ¡Eso no es una vida, es un castigo!
Duncan no se movió. Su silueta frente a las llamas era tensa, cada músculo de su espalda parecía rígido por la vergüenza. Elara pudo ver cómo sus nudillos se volvían blancos al apretar el borde de la chimenea.
—No —respondió Duncan, su voz era seca y cortante, completamente desprovista de la dulzura que acababa de mostrar al r