Keith se echó a reír, una carcajada profunda y gutural que resonó en el aire frío, pero que no alcanzó sus ojos. La risa era un eco de su propia confesión, una burla vacía que Elara no pudo descifrar; ¿era alivio por haber ventilado su resentimiento, o solo el regodeo ante su absoluta victoria? La risa terminó tan abruptamente como empezó, dejando un silencio denso y ominoso en el páramo.
—Sube. Ya es suficiente drama —ordenó Keith, su voz ya de vuelta a un tono de autoridad fría y pragmática.
Antes de que Elara pudiera protestar o siquiera poner un pie en el estribo, él la tomó de la cintura con una mano firme y decidida. El contacto fue seco, casi impersonal, pero esa indiferencia era una burda mentira, cargada de la amenaza implícita de su reciente dominio. La levantó con una facilidad impresionante, como si su cuerpo no tuviera peso, y la depositó de nuevo en el sillín frente a él. La maniobra fue humillante, recordándole que su fuerza no era rival para la de él.
Una vez montado d