Capítulo 24

Elara se obligó a ignorar la mancha en sus labios, la sensación pegajosa del beso de Keith, y en su lugar se giró, dándole la espalda. El aire que le llegaba a la cara estaba helado, pero no tan frío como el vacío que sentía en el estómago. Las lágrimas, que había contenido por el miedo, finalmente brotaron, silenciosas y amargas, cayendo sobre el cuello de su chaqueta. El rocío y las lágrimas se mezclaban en un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura. El páramo, que antes parecía solo vasto, ahora se sentía como un teatro vacío, testigo mudo de su humillación.

—¿Por qué? —preguntó Elara, su voz era un hilo fino, casi inaudible, pero cargada de una desesperación genuina que venía desde lo más hondo de su ser—. ¿Por qué haces todo esto? ¿Por qué la crueldad? ¿Por qué molestarme a mí?

Una risa áspera y burlona flotó en el aire detrás de ella. No era la risa arrogante de la noche anterior, sino una risa llena de un resentimiento antiguo y un eco de dolor. Se sintió como s
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