Elara se despertó con la luz gris y fría de la mañana escocesa, filtrándose por las pesadas cortinas, un resplandor que prometía poco calor. Había dormido pocas horas, y el consuelo que le había dado el inconsciente abrazo de Duncan se había desvanecido al abrir los ojos, dejando solo el recuerdo amargo de la noche anterior.
Un ligero dolor en la sien era el recordatorio del peso de su secreto. Se movió con una lentitud inusual hacia el espejo y lo que vio no le agrado, así que dedico demasiado tiempo a vestirse y maquillarse. No era para embellecerse, sino para ocultar las sombras de su fatiga y angustia, para construir una fachada que todos pudieran creer sin cuestionar. Su tardanza la hizo sentir una punzada de pánico, por lo que salió de la habitación con prisa, esperando aún poder alcanzar a la familia antes de que el desayuno terminara.
Bajó las escaleras apresuradamente, sintiendo que cada paso resonaba en el silencioso vestíbulo, amplificando su nerviosismo. Justo cuando lleg