Las manos de Elara comenzaron a sudar, pero no quiso darle tiempo a la cobardía, así que dio un par de pasos hacia él, se alzó sobre las puntas de sus pies y presionó sus labios contra los de él en un beso que aún se sentía forzado, sintiendo el frío sabor a whisky y a mentira. El contacto duró apenas un segundo, pero para Elara fue una eternidad, un acto de absoluta rendición que ensuciaba su alma. Se separó abruptamente, limpiándose la boca con el dorso de su mano con una desesperación apenas disimulada.
—Ya está —dijo Elara, su voz era apenas un susurro—. Ahora, borra esa maldita foto.
Keith sonrió. No era una sonrisa de alegría, sino de victoria cruel, así que sacó su teléfono, lo desbloqueó y deslizó el dedo en la pantalla, encontrando la galería.
—Mira —ordenó, mostrándole la imagen en la oscuridad: la fotografía de él, forzándola a besarlo en el probador, pero que a la luz de la luna parecía una muestra de pasión. Elara asintió, así que Keith deslizó el dedo y presionó el botón