El aroma a lavanda y a algodón limpio le dio la bienvenida a Elara. La pequeña boutique de ropa era un refugio cálido y acogedor, un mundo completamente diferente a la frialdad del clima escocés. Las perchas estaban llenas de suéteres de lana, abrigos elegantes y pantalones de tweed. En las paredes había cuadros de paisajes escoceses que se perdían en la distancia y en el centro de la tienda un sillón de terciopelo verde que invitaba a descansar.
Grace entró con una sonrisa que iluminó el lugar.
—¡Qué maravilloso! Aquí encontraremos algo perfecto para ti, Elara. Ropa cómoda, pero elegante, para tu estancia.
Duncan, por su parte, parecía haber dejado su tensión en el auto. Se sentó en el sofá, relajado, y observó a las dos mujeres con una sonrisa genuina. Elara se sintió aliviada, era la primera vez que lo veía tan sereno desde que Keith había llegado a la mansión.
—Ven, querida, tengo unas ideas—dijo Grace, con una sonrisa—. Duncan, solo siéntate y no te preocupes por nada.
Elara se