Sebastián me separó apenas, solo lo suficiente para mirarme a los ojos.
—Escúchame —dijo—. Lo vamos a resolver. Pero necesito que me digas qué pasó exactamente hoy.
Cerré los ojos un instante, intentando encontrar una versión de los hechos que no sonara como una pesadilla.
—Alguien estuvo afuera de mi puerta. No sé quién. Pero lo sentí. Lo escuché. Y cuando abrí… —tragué saliva— no había nadie. Pero había… algo. Un olor. Uno que no debería recordar.
Sebastián apretó la mandíbula.
—¿El mismo perfume que él usaba? —preguntó.
Mi piel se erizó. Asentí.
—Lo odiaba tanto —murmuré—. Pero hoy… hoy lo extrañé. Y eso me da más miedo que cualquier otra cosa.
Él apoyó su frente contra la mía.
—Eso no significa nada. El trauma a veces hace cosas extrañas. No estás sola en esto.
Pero yo sí me sentía sola. Muy sola. Como si estuviera encerrada en un laberinto donde cada pared tenía el rostro de Eva mirándome con los ojos que nunca volverían a abrirse.
—Tengo miedo —dije por fin, sin máscaras.
Sebast