El amanecer llegó lento, como si el cielo dudara en mostrar su luz sobre una ciudad que todavía olía a pólvora y miedo.
Sebastián ya estaba despierto. Se había pasado gran parte de la noche revisando la grabación, memorizando cada palabra de Oscar, cada silencio de Carlos y Bella, cada gesto que revelaba su verdadera naturaleza.
Isabella, envuelta en una manta, lo observaba desde el rincón del almacén. Tenía ojeras, pero sus ojos estaban encendidos.
—La has visto una y otra vez —dijo con voz baja.
—Y la seguiré viendo hasta encontrar la forma exacta de usarla contra ellos —respondió Sebastián, sin apartar la vista del portátil.
Ella se acercó, apoyando la mano sobre la mesa.
—No podemos simplemente exponerlos… necesitamos que caigan todos, que no quede nadie capaz de protegerlos.
Sebastián asintió.
—Y eso significa que debemos hacerlos pelear entre ellos. La codicia que los unió… será la misma que los destruya.
***
Mientras tanto, en una oficina en el centro, Omar revisaba un sobre que