—¿Qué sucede, cuñado? —preguntó uno de los gemelos, Durance, con una sonrisa que destilaba veneno dulce—. ¿Acaso no vas a casarte con nuestra hermana? Si es así, tenemos todo el derecho de estar aquí… y disfrutar del evento.
Sus palabras quedaron flotando en el aire como una burla refinada.
Varios invitados rieron con descaro, algunos con incomodidad, sin saber si reír o callar. La tensión ya se podía cortar con un cuchillo.
Menos Iker.
Él no rio. Ni un gesto. Solo bajó la mirada, como si las palabras de los Durance lo hubieran atravesado.
Belén se acercó un poco, con la soberbia dibujada en cada movimiento.
—Será un gran espectáculo —murmuró con tono venenoso, como si no pudiera esperar a ver arder a Asha frente a todos.
Iker no respondió. Apretó las manos con fuerza a los costados del pantalón. Su corazón latía como un tambor furioso, pero su boca estaba seca. Sabía lo que venía. Lo había planeado. Y, sin embargo, algo en su interior comenzaba a crujir.
Como si su alma ya estuviera,