Su voz tenía una suavidad fingida, casi melosa, que ahora le parecía repulsiva. Ya no era el chófer servicial.
Ya no era el confidente amable. Era un lobo disfrazado de cordero. Un cazador que estaba a punto de cerrar su trampa.
Melissa tragó saliva con dificultad.
Sintió que las piernas le temblaban. Su primer impulso fue girarse y correr como si el infierno la persiguiera.
Pero algo en su interior, algo que no sabía que tenía, la detuvo: la frialdad de una madre, si corría, no era el plan más listo.
Si corría, la atraparía.
Si gritaba, nadie la escucharía.
Estaban solos.
Y quizás él ya sabía que ella había escuchado. ¿¿O no??
Lo miró. Fingió una pequeña sonrisa temblorosa, como si estuviera agotada por el día, confundida, tal vez emocionalmente abrumada… pero no aterrada.
No alerta.
—Sí… claro. —Su voz sonó débil, casi vacía—. Estoy lista.
Julián asintió, sin dejar de observarla, y abrió la puerta del auto para ella.
«Esta tonta no escuchó nada, vive en su mundo de estupidez», pensó