Esa noche, el abuelo Markus volvió a casa acompañado de sus nietos.
Aunque seguía débil, tenía un semblante más tranquilo. Lo ayudaron a instalarse en su habitación, y al poco rato, llamó a Melissa y a Sebastián.
—Hijos, quiero hacer algo por ustedes… por su matrimonio —dijo con voz serena—. He tomado una decisión: los voy a enviar a un lugar especial.
Ambos se miraron, confundidos.
—¿Un lugar especial? —preguntó Melissa, dudosa.
—Sí… —respondió él con una sonrisa nostálgica—. Es el sitio donde tu abuela y yo pasamos nuestra segunda luna de miel. Un rincón solo nuestro… Ahí soñábamos con pasar la vejez, juntos. —Su voz se quebró un poco—. Eso ya no será posible, pero si Dios me lo permite, la encontraré allá arriba. Por ahora, quiero que ustedes vayan. Un fin de semana. Quizás ese nido de amor les recuerde lo que de verdad importa.
Sebastián asintió, esbozando una pequeña sonrisa.
Melissa también sonrió… pero solo por fuera. Por dentro, el peso de esa mentira la oprimía.
—Mañana tempra