Melissa lloraba. Las lágrimas corrían por sus mejillas con un temblor incontrolable, como si su cuerpo entero hubiera sido quebrado por dentro.
Se sentía sucia, destrozada, como si la hubieran convertido en una muñeca rota que ya nadie podría arreglar jamás.
El horror de sentir aquellas manos desconocidas sobre su cuerpo la hacía estremecerse. Ese hombre… ese monstruo había intentado despojarse los pantalones mientras la inmovilizaba con su peso, con su deseo podrido.
El terror le dio fuerza.
Con un grito ahogado, alzó los dedos y los hundió con furia en los ojos de su agresor. No pensó, no razonó: actuó como un animal herido, como una fiera al borde del colapso.
Él gritó con dolor, maldiciendo entre chillidos, la sangre brotando de sus párpados como castigo divino.
Ella no esperó a ver el resultado. Salió disparada de la cama como una bala perdida, jadeando, con el corazón, golpeando en su pecho como un tambor de guerra.
Corría. Corría sin rumbo, con el vestido rasgado y el alma desg