Edward tiene una mirada impenetrable, está serio, no sé qué estará pasando por su cabeza. Pero da su consentimiento y si él está dispuesto, pues yo también.
Esto es lo que le gusta y yo quiero que pueda disfrutarlo todo a mi lado.
Robert se acomoda entre mis piernas y yo me abro mucho más para recibirlo, pero cuando está a punto de penetrarme, Edward dice que pare y le pide retirarse de la habitación. Sin decir una palabra recoge su ropa y se marcha.
Me siento fatal, creo que la embarre hasta el fondo. Lo veo sentarse en la cama, coloca sus manos cubriendo su rostro y no me mira.
Bajo de la cama, me siento en su regazo y dejo besos en su cuello. Con miedo le pregunto:
—¿Hice algo mal?
—No es eso preciosa. No te preocupes, estoy bien.
—No lo estás tan solo mírate, ¿qué pasa?
Descubre su rostro, me mira a los ojos, sus manos acarician mi espalda con delicadeza y no aparto mis ojos de los suyos. Noto su aflicción y dice:
—No puedo, quiero, pero no puedo, contigo no. A ti no puedo compar