CAPÍTULO CUATRO

ELAXI

La cabeza me estalla, me remuevo inquieta sobre la superficie blanda en la que me encuentro, poco a poco la conciencia me vuelve, hago una mueca y me obligo a abrir los ojos, deseo que todos los acontecimientos hayan sido parte de mi imaginación o una profunda pesadilla.

Me siento muy mal, tengo la boca tan seca como si hubiera estado caminando por horas en el desierto. Algunos fragmentos de la noche anterior cobran vida en mis memorias, haciendo que cada pieza del rompecabezas encaje. Me sobresalto. Anoche le llamé a Nathan, me expuse al peligro al manejar ebria hasta un barrio como en el que vive Ozzian. Las mejillas se me calientan al recordar cada parte de nuestra conversación.

Anoche, cuando un desconocido, como Ozzian Carter, me dijo las palabras más crueles, pero sinceras, fue el remate que necesitaba. Sentí que no solo mi corazón se rompía, sino que algo se murió dentro de mí. Ambos piensan que no merezco la pena conocer.

Mis ojos se llenan de, lágrimas y, de pronto, caigo en cuenta de que estoy en mi casa, en mi departamento. Recuerdo haberme desmayado al llegar al auto, todo se volvió negro y ya no supe más. Desciendo mi mirada, tengo la misma ropa puesta, trato de moverme para incorporarme, no obstante, algo pesado está sobre mi hombro, es ahí cuando me doy cuenta de que debajo de las sábanas está un brazo masculino aplastando mi vientre bajo.

Los latidos de mi corazón se aceleran al punto que, al girar el rostro, me encuentro con Ozzian, el mismo chico que me odia tanto o más que Nathan. Está dormido, trato de levantarme apartando su brazo; justo en ese instante él abre los ojos, me pierdo por un segundo en el azul de su mirada, un azul eléctrico, turbio, distante, gélido.

—Joder —se levanta rápido—. Me quedé dormido.

Sello mis labios, sorprendida.

Una pequeña luz destella de su móvil y lo revisa con un ceño fruncido, teclea rápido algo mientras me pongo de pie, tratando de recuperar la poca dignidad que me queda, intento entrar al baño, mojarme el rostro con agua fría para despertar de este mal sueño, pero enseguida su voz cruel golpea mi espalda.

—Eres una inconsciente e irresponsable —lanza su mordaz comentario.

Me doy la media vuelta, él se cruza de brazos como si esperara algo.

—Lo siento, ¿cómo es que estás aquí?

—¿No recuerdas nada? —enarca una ceja con incredulidad.

Niego.

—Te desmayaste, luego de haber ido a mi departamento a las dos de la mañana, irrumpir mi sueño, decirme m****a y luego darme una bofetada, cuando bajé, estabas tirada en el suelo, tenía dos opciones, una, dejarte tirada en la calle esperando a que los perros carroñeros te hicieran algo, que alguien te encontrara, o llevarte a tu casa, lo primero era demasiado inhumano, aunque pensándolo bien, debí haberme dado la vuelta después de todo —Su mirada es dura.

Me muerdo el labio inferior.

—Siento haberte causado demasiadas molestias —me disculpo apartando la mirada de él—. ¿Cómo sabías en dónde vivo?

—No soy Dios —recoge sus cosas—. Revisé tu bolso, traías tu identificación estudiantil, ahí viene tu dirección.

Le echa un vistazo a todo mi departamento.

—Esta zona y este departamento son de personas con dinero, ¿acaso eres millonaria? —Hay un deje de tono en broma al final de sus palabras.

Me quedo en silencio, no quiero que sepa la verdad, que sí, lo soy, que vine dejando el lugar que creía mi hogar en Orange, para poder vivir experiencias nuevas, antes de regresar a Londres con mi padre.

—Da igual —ladra.

Se dirige hacia la puerta.

—Ya no te metas en más problemas, dudo que nos volvamos a ver. Si lo hacemos, te ignoraré y espero que hagas lo mismo —me mira por encima del hombro.

—Gracias.

Levanto la mirada, pero Ozzian ya se ha ido, cerrando la puerta. Respiro profundo, mirando a mi alrededor. Ahora todo huele a él, a loción masculina, cigarrillos y alcohol, una combinación que siempre me causó malestar, ahora, al parecer, no. Me doy una ducha rápida, mientras pienso, vine por experiencias nuevas, no las he conseguido. Nathan anoche terminó de lastimarme.

Soy fría, no puedo ser de otra manera, esto es lo que soy, fue la barrera que construí desde que era una niña, para que mi madre no me pudiera herir, para que su divorcio con mi padre no me afectara, ahora que lo pienso, no importaba cuánta gente estuviera a mi alrededor, siempre he estado tan sola… incluso en esto, lo estoy.

En la ducha, dejo salir mis últimas lágrimas, tenerme lástima no va a solucionar mis problemas, me pongo unos jeans, unos Converse negros de bota, una blusa café, de manga larga, dejo mi cabello suelto y me maquillo tratando de ocultar mi resaca, mis ojos sin vida y los dos surcos negros que se asoman debajo de mis ojos, tomo mis vitaminas, salgo y me apresuro a llegar a la universidad.

Una vez dentro, me dirijo al salón de profesores, en donde me encuentro al señor Town.

—Señorita Young, qué bueno que la veo.

—Hola, buenos días, quisiera hablar con usted…

—Yo también —saca un par de documentos dentro de su portafolios—. El joven Carter vino hace una hora, hablamos y parece que no desea hacer ese trabajo con usted, así que después de debatir un rato, llegué a la conclusión de darles la oportunidad de que cada uno de ustedes presente su proyecto de manera individual, si usted está de acuerdo.

—Vaya, eso fue… rápido —susurro para mí misma—. Sí, por supuesto, a eso venía precisamente también.

—Entonces ya está, espero mucho de usted, señorita Young, se encuentra a la par con Carter en el sistema del mejor cuerpo estudiantil con las mejores calificaciones —dice con orgullo, algo me dice que no es por mí, sino, por él.

—Gracias, con su permiso.

Salgo de las oficinas y decido comenzar con el proyecto, ayer adelanté mucho en la cafetería, aunque necesito avanzar más, a la hora del almuerzo, busco en internet un museo que se encuentre dentro del pueblo, hasta que localizo uno, apunto la dirección, y recojo mis cosas, el cielo está lleno de nubes grises, anunciando una próxima tormenta.

Llegando al museo, comienzo a apuntar toda la información que necesito sobre el arte barroco, tomo fotos, al tiempo que reviso el folleto que tiene enumeradas las exposiciones y el número de salas en las que se encuentran cada una, cuando al dar la vuelta al siguiente corredor, choco contra alguien, mis libros se caen al suelo y el sonido sordo me hace exclamar.

—Lo siento mucho —Comienzo a recoger mis apuntes.

—¿Te encuentras bien?

Alzo la mirada, es un chico apuesto, castaño, ojos tan negros como la noche, esboza una sonrisa amable y veo que trae un pequeño gafete que dice “Gerente general”.

—Sí, fue mi culpa, estaba distraída —me apresuro a decir.

—No te preocupes, suele pasar si estás demasiado concentrada, lo parecías. Mi nombre es Oliver Davis, un placer conocerte —estira su mano en mi dirección.

La estrecho.

—Soy Elaxi Young. Sé que es raro, pero hay información que me dijeron que es exclusiva. ¿Habrá manera en la que pueda hablar con alguien para tener acceso a esta información? Es para un trabajo de la universidad —expongo con la esperanza de que me ayude.

El chico llamado Oliver, parece revisar algo en su pequeña tablet, mete el código de su gafete y enseguida asiente.

—Sé quién la tiene, es el jefe de gerentes, alguien con un rango mayor, pero estaba de vacaciones —parece pensarse las cosas.

—¿Y no hay manera de que pudiera verlo?, sería por breve tiempo —insisto.

—Precisamente esta tarde quedé de verlo para charlar, luego de su regreso. Si quieres, puedes venir; te lo presentaré. Si le invitas una cerveza, estoy seguro de que te dirá todo lo que necesitas saber sobre el arte barroco —Saca un bolígrafo, estira su mano y tira de mi brazo.

Su tacto me sorprende, el miedo me atenaza hasta que me doy cuenta de lo que hace. Me está escribiendo la dirección del sitio en el que se verán, junto con su número.

—Nos vemos aquí a las siete, ¿te parece bien?

Me le quedo viendo, no parece mala persona, de hecho, tiene una sonrisa amable y sincera, por lo que asiento.

—Muchas gracias, ahí estaré —le devuelvo el gesto.

—Nos vemos, Elaxi —me guiña un ojo.

En el Orange nadie se atrevía a coquetearme ni a ser demasiado amable, sabían que era de Nathan, y a él lo respetaban, así que me parece demasiado extraño encontrarme con tanta amabilidad aquí, cuando nadie desea serlo sinceramente.

A las siete ya estoy llegando al sitio, pedí un servicio de taxi, debido a que no me sentía con ánimos de manejar, se trata de una cafetería distinta y un poco ruidosa, diviso el sitio, hay chicos de la universidad que ríen mientras comen una hamburguesa, lo que me deja tranquila por ahora, no estoy tan sola.

—Llegaste a tiempo.

Oliver me da un beso en la mejilla.

—Oye, Luis Carson, dijo que cambió de lugar, está de regreso, cerca de la universidad, andando —me dice y desconfío.

—No lo sé, mejor…

—Anda, no soy un violador ni te haré nada, solo trato de ser amable, pero si no quieres…

Tengo que sacar a flote esa materia, ese proyecto, todavía es temprano, y si el sitio está cerca de la universidad… no está mal, ¿no?

—Está bien, te sigo —me resigno.

—Andando.

Oliver me abre la puerta del auto, me pongo el cinturón de seguridad y nos ponemos en marcha. Me siento nerviosa, enciende la radio y mantengo la calma, divisando el camino. Corroboro que es verdad, estamos llegando a la carretera que lleva directo a la universidad, eso me relaja.

—Eres muy hermosa, Elaxi —dice de repente.

Lo miro de soslayo en breve.

—Gracias.

—¿Tienes novio?

—Prefiero no hablar de eso —Un sentimiento de angustia nace en mi interior.

De pronto, frena tan rápido, que me inclino hacia delante pese a tener el cinturón de seguridad.

—Demasiado hermosa, escuché que vino una chica nueva. Cuando dijeron que era una nerd, pensé lo peor, solo sabía tu nombre, imagina la sorpresa cuando chocaste conmigo en el museo —apaga el motor del auto y coloca su mano sobre mi muslo—. Creo que el destino quería que nos conociéramos, ¿no crees?

—Sabes, acabo de recordar que tengo cosas que hacer, mejor nos vemos en otro momento —me quito el cinturón de seguridad—. Te agradezco mucho.

Mis palabras se quedan suspendidas en el aire. Oliver agarra mi nuca y, con una fuerza brutal, me estampa contra el tablero de la guantera. El dolor arde en mi frente.

—No te pienso dejar ir, eres demasiado hermosa, te quiero para mí —Sus manos comienzan a tocarme el cuerpo.

Espabilo, como puedo, lo aparto arañando su rostro.

—¡Hija de perra!

Salgo del auto con el corazón acelerado, intento llamar al 911, pero Oliver me arrebata el móvil y lo lanza a la carretera, me da un puñetazo en el rostro que me hace perder el equilibrio.

—¡Si quiero un coño, lo tengo y no vas a ser la excepción! —tira de mi cabello con demasiada fuerza.

Me siento débil, es de noche, no pasan autos, no puedo defenderme de alguien que me supera en fuerza y tamaño. El dolor recorre mi columna vertebral cuando me da la media vuelta sobre su cofre, mis pechos se aplastan e intenta quitarme los pantalones.

—¡Auxilio! —grito cuando escucho a lo lejos el ruido de una moto.

—Nadie te va a ayudar, perra —brama en mi oído.

Intento luchar, me inmoviliza, localiza el botón de mi pantalón, intenta bajar el cierre, cuando alguien lo aparta de mí tan rápido, que me cuesta trabajo registrar todo. Mis ojos enfocan a alguien con casco, me parece familiar. El chico golpea a Oliver, quien se defiende en vano, y al final, logra soltarse, subirse al auto para andar deprisa, como una rata cobarde.

El chico se quita el casco, me congelo al ver a Ozzian Carter. Molesto, como siempre que me ve.

—Mierda, creí haber dicho que no te metieras en problemas, Ela. 

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