Isis Blair no es el tipo de chica con la que Azael Kahler pensaba encontrarse en el instituto al cual debe ir. Él solo pensaba en cuatro cosas: salir del reformatorio, sexo, conseguir un trabajo y divertirse. Pero la vio. Nadie veía tanta belleza en él, sólo ella. Nadie la adoraba tanto a ella, sólo él.
Leer más—No podemos seguir así, chicos, tenéis que poner de vuestra parte –nos exige el oficial.
—¿Y si no queremos? –espeto, y me cruzo de brazos sobre la mesa de metal.
A mi lado los otros seis chicos largan una carcajada, haciendo que el oficial golpee con fuerza la mesa de la sala de los castigados.
—Mirad, niñatos –calma su respiración y suelta un bufido parecido a un t**o –, estáis en un jodido reformatorio, y si no queréis ir directos a la cárcel cuando salgáis dentro de un año, os tenéis que reformar ¡¿Queda claro?!
—Por desgracia, sí –mascullo.
—Azael, no me jodas y cállate.
Elevo las manos con una sonrisa orgullosa, he conseguido hacer enfadar al gordo.
—¿Y qué propones para que nos reformemos? –pregunta mi único amigo: Elías.
El oficial Marcos murmura algo que no logro comprender y toca su enorme barriga suspirando, ‹‹Ni que estuviera embarazado –pienso››
Los siete chicos que nos encontramos sentados a lo largo de la mesa de metal bufamos al ver su poca capacidad de pensar rápido.
Los siete somos unos criminales, estamos aquí metidos por hacer cosas verdaderamente malas ante la ley, pero nos la suda completamente eso. Todas las reglas de este puto reformatorio me las paso por los cojones.
—Os vamos a meter en un proyecto –suspira.
Frunzo el ceño y me inclino sobre la mesa intentando saber si esa m****a que ha dicho es verdad.
—¿Un proyecto? ¿Qué tenemos que hacer? ¿Casitas con macarrones?
Mis frases sacan una carcajada al resto de chicos, a pesar de tenerme miedo e inventar rumores falsos del porqué de mi estadía aquí, tienen los cojones de calificarse de amigos.
—Joder, ¿Podrías callarte? –ruge el oficial, despeinándose su pelo rubio.
—No, quiero saber que puto proyecto es ese.
Mueve una silla de plástico hasta estar sentado al otro lado de la mesa y nos mira uno por uno con una mueca en los labios. Suspiro cansado por tanto suspense y golpeo la mesa con fuerza levantándome de golpe y tirando la cutre silla de plástico al suelo.
—Siéntate –ordena –. Azael, siéntate –vuelve a ordenar.
Con toda pesadez cojo la silla y me siento de brazos cruzados.
Las asquerosas paredes azules llenas de m****a es lo más colorido que puede haber en todo el jodido reformatorio, es una p**a m****a estar aquí, pero no me queda otra, cumplo por mis pecados.
—Joder dínoslo –exige el chico que hay sentado a mi lado.
No me sé ninguno de sus nombres, tampoco me interesa, prefiero no saber nada de nadie de aquí, ni siquiera de las chicas, todas ellas parecen tios con tetas y coño.
—En un mes que empiezan las clases iréis los siete a un instituto a hacer vuestro último año, necesitáis relacionaros con otro tipo de gente, por lo que iréis por las mañanas al instituto y nada más salir de las clases quiero vuestros culos aquí ¿Sí?
Descruzo mis brazos sobre el pecho y apoyo las manos sobre la mesa intentando descifrar si esto es una broma. Quiero salir de aquí echando hostias, y poder salir aunque sea unas horas me vale, aunque sea para un puto instituto. Llevo tres años encerrado aquí, no puedo salir bajo ninguna circunstancia a no ser que vengan mis padres, pero me pregunto ¿Qué padres?
Todos aceptamos pertenecer al proyecto, así que Marcos no tiene problema con ello y nos deja salir de la sala de castigados para ir a nuestras habitaciones.
—Hermano habrá tías sin pelos en las piernas –bromea Elías mordiéndose el labio –, estoy harto de pajearme con las revistas porno que le robo al segurata.
Uno de los chicos que había con nosotros en la mesa pasa por mi lado casi corriendo, y me río al ver lo cagado que son todos conmigo. Todos me temen, y eso me gusta.
Pasamos por los pasillos blancos escuchando los murmullos de la gente y sus críticas principalmente hacía mí, pero ya estoy acostumbrado a ello, y me la suda lo que digan, ellos no saben nada de mí, y yo de ellos mucho menos. Comparto la habitación con mi amigo, y si no fuera por las paredes llenas de tías desnudas y la ventana que da al exterior, me moriría de asco en este sitio. Varias veces he intentado escaparme, pero los hijos de p**a tienen a un vigilante debajo de cada ventana, y en cada pasillo de la planta de las habitaciones hay por lo menos tres policías que nos controlan. La puerta de metal chirría cuando la cerramos detrás de nosotros, y lo primero que hago es sacarme el paquete de tabaco de debajo de la almohada, sin importarme la norma de que no se puede fumar en el centro.
—Compraré una botella de vodka en cuanto salgamos de aquí.
Se lanza en su cama y empieza a sacar botellas vacías de vodka, cerveza, sidra y whisky.
Pongo los ojos en blanco y me quedo mirando las cuatro paredes mugrientas de esta cárcel para menores. Expulso el humo del cigarro y escucho a mi amigo roncar en la cama de enfrente. Aquí todo es una p**a m****a, incluso las camas, se te clavan los muelles en la espalda y te dejan jodido, por no hablar que por las noches apagan las luces a las diez, y da gracias que hay ventanas para que entre la luz de las farolas de la calle, si no, no ves nada. Apago el cigarrillo en el suelo y me tumbo con la ropa y zapatos sobre la cama para descansar. De verdad que esto es una p**a m****a.
- - -
—¡Levantaos! –Exclaman golpeando con fuerza la puerta de metal – ¡Vamos!
Me levanto de la cama con pesadez y saludo a mi amigo en mitad de un bostezo.
—¡Ya vamos joder! –exclama Elías lanzando un zapato contra la puerta.
Esta se abre repentinamente y el vigilante al que saco dos cabezas me mira apuntándome con la porra, la que supongo que ha usado para golpear la puerta. Todos los días se hacen turnos para llamar a nuestra habitación, porque los vigilantes de aquí son unos gilipollas que me temen, y suelen dejar al más pringado para que nos levante.
Le arrebato la porra de las manos y le apunto con ella, deleitándome al ver como traga saliva y se intenta hacer el gallito. Es un retaco al que con un puñetazo dejaría en el suelo, pero quiero salir de aquí, y hace por lo menos dos meses que no doy una paliza a un superior.
—A la siguiente, te la meto por el culo de una sentada –amenazo.
—Salir a desayunar –ordena con su pésima voz autoritaria.
Largamos una carcajada mi amigo y yo y le rodeamos para salir de la habitación y seguir el mismo camino que guían el resto de chicos. Se forma barullo cuando toca bajar unas escaleras metálicas para bajar a la segunda planta, dónde se encuentran las habitaciones de las chicas, el comedor, y la salida al patio. Ando con las manos en los bolsillos y aparto de mi lado a la misma chica que siempre pide follar, es fea de cojones. Elías y yo conseguimos entrar en el comedor, y nos sentamos en una mesa alejada del resto, sufriendo las miradas del resto de personas desde catorce años a diecisiete.
—¡No nos miréis! –rujo.
Todos vuelven a centrar su atención en los de su mesa, y yo obligo al primero que pasa por mi lado a darme su comida, sin rechistar deja la bandeja con un café y un trozo de bizcocho delante de mí, y mi amigo me aplaude por ello.
—Eres el puto amo –ríe, y observa alrededor –. Tú, friki, dame tu comida –coge a un chico de la camiseta y este rápido deja su comida en la mesa –. Así me gusta.
Nada más soltarle, el chico corre hacia otro lado y mi amigo empieza a devorar su comida junto a mí.
—Quiero dejar ya de ver las mismas putas caras de los mismos gilipollas –gruño, viendo cómo una mesa de chicos no para de mirarnos.
Mi amigo asiente con la boca llena y enseña su dedo del medio a todos los gilipollas que nos miran con prejuicios. Todos saben que el crimen cometidos por mí es el peor, pero ellos tampoco se salvan, sino ¿Por qué están aquí encerrados?
—¡¡Al patio trasero!! –gritan los oficiales, dando por terminado el fin del desayuno.
Dejo la bandeja sobre la mesa y espero que todo se vaya vaciando para salir al patio.
Todos los días son iguales, desayuno, estar en el patio, comida, estar en el patio, irse a duchar y a cambiarnos, cena, y a la cama. Salvo cuando empiezan las clases, que pasamos la mitad del día encerrados en la tercera planta para aprender. Una p**a m****a.
—Echo de menos a Carlota –confiesa mi amigo.
—Iremos a verla, no te preocupes –aseguro, y esquivo a unos cuantos gilipollas que se interponen en mi camino.
Nuestro patio es, prácticamente, un descampado con rejas para que no nos escapemos y unas cuantas mierdas para hacer deporte. Cogemos asiento en unas gradas que hay a los pies de la pista de fútbol y baloncesto y a pesar de estar prohibido, me saco un cigarro de los pantalones.
Desde que estoy aquí no he visto a ninguna p**a persona de mi familia, si es que así se le puede llamar a lo que tenía.
—Solo un puto mes más para salir...
NUEVE AÑOSIsis.Estamos listas para el video chat que vamos a hacer con Azael, mi marido y el padre de nuestra preciosa princesa Tamara, que está más que ansiosa por hablar y ver a su padre. A sus nueve años es preciosa, con mis ojos azules y el pelo castaño como Azael.Hoy podremos comunicarnos con mi marido tras dos meses en los que lleva infiltrado junto con algunos de sus compañeros y su mejor amigo, en una misión del FBI. Me encanta verle entusiasmado por las mañanas para ir a trabajar, porque es algo que realmente le gusta, y más cuando Elías también trabaja allí y se pasan el día juntos.—Mamá, ¿Cuándo vuelve papá? –curiosea mi peque
SIETE MESESDejo el café casi vacío sobre la pequeña mesa que hay al lado de la cama en la que está tumbada Isis. La miro, y sonrío al ver cómo golpea el mando de la televisión contra un lado de la cama al ver que se ha vuelto a quedar pillada la televisión del hospital. Llevamos aquí ya dos días en los que nuestra hija está revoltosa y no para de moverse en el vientre demasiado abultado de mi mujer. Nos han dado un plazo de dos días más para que nazca, y eso nos tiene muy nerviosos. Ya sabemos que tendremos una pequeña bebé a la que llamaremos Tamara.— ¡Enfermera! –grita, pulsando el botón que hay sobre la cama, para las emergencias. Poco después llega una enfermera joven, debe de estar en prácticas, y p
El camino a casa es silencioso, y cuando aparca el Jeep delante del edificio, sale del coche sin decirme nada, solo quita la llave del contacto y empieza a caminar hacia dentro como alma que lleva el diablo. La sigo corriendo, y llego a tiempo antes de que las puertas del ascensor se cierren. Me extraña su comportamiento, estábamos bien hace apenas dos horas.—Isis, ¿sabes que puedes contármelo todo? Sé qué te pasa algo –acabo diciendo, apoyándome en la pared y tirando de ella hasta encerrarla en un abrazo –. Dime qué te pasa. Sé que he estado ausente dos meses, pero te sigo amando, y me estoy preocupando jodidamente mucho. Estar muy rara, desde ayer estás rara, y me callo, pero joder... necesito que me lo digas, me siento como la mierda sabiendo que mi mujer está mal y no puedo hacer nada.
Me pesa la cabeza, y me cuesta mucho abrir los ojos, pero lo consigo. No escucho nada, solo un ‹‹bip›› que producen las máquinas a las que estoy conectado. Todo es blanco, y me cuesta un poco enfocar las cosas y adaptarme a la luz. Me apaño a ver maquinaria del hospital, y las sábanas blancas del hospital. Me muevo costosamente, y un gran dolor se instala en mi hombro, que por lo que veo está vendado, no llevo camiseta, pero sí vaqueros. Tengo el torso vendado, y siento pequeñas tiritas en mi cara. No veo a nadie, estoy solo. Suspiro llenando mis pulmones de aire, y paso mi vista por toda la sala hasta dar con la ventana, está nevando. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?La puerta de la habitación se abre, y Elías abre los ojos al verme.— ¡Hermano
—Gracias –sonríe cálidamente –, soy Isis.—Toda una Diosa –admito al reconociendo su nombre –, mira qué casualidad.Agacha la cabeza sonrojada y me admiro por eso.- - -— ¿Cómo te llamas? –pregunta. Ya estaba tardando.Fijo mis labios en una fina línea.—Azael.Sonríe enormemente y asiente.—Como el demonio –asegura soltando una risilla.- - -
Aparco delante de la comisaría, y un federal me está esperando junto al poste que anoche trepé con Elías.—Buenos días, Azael.—Buenos días.Me guía por comisaría hasta una sala de la segunda planta, dónde quince federales más están esperando con equipo sobre una larga mesa de madera.—Ya todos están preparados, así que te vamos a colocar un chaleco antibalas –me explica un agente –. Te pondrás la sudadera por encima de este.Me quito la sudadera, y con agilidad y prisa me coloco el chaleco y encima de nuevo la sudadera.— ¿Sabes usar una pis
Último capítulo