El silencio de la pasarela vacía tenía algo de irreal. Hacía apenas unas horas, aquel espacio había sido un hervidero de flashes, aplausos y miradas expectantes. Ahora solo quedaban las luces tenues de emergencia, el eco de pasos solitarios y dos personas que se observaban desde extremos opuestos.
Valeria permanecía inmóvil al final de la pasarela. Llevaba puesto un sencillo vestido negro, muy distinto a las elaboradas creaciones que había lucido durante el desfile. Su cabello, ahora recogido en una coleta despeinada, contrastaba con el peinado perfecto que había exhibido horas antes. Pero sus ojos seguían siendo los mismos: profundos, intensos, ahora enrojecidos por lágrimas que se negaba a derramar.
Enzo avanzó lentamente. Cada paso resonaba en el vacío del salón. Vestía un traje oscuro, pero se había quitado la corbata y llevaba la camisa con los primeros botones