El vestido rojo sangre que Valeria había diseñado para la gala benéfica de Milán resplandecía bajo los focos de la pasarela. La modelo que lo lucía caminaba con la seguridad que solo otorga llevar una prenda destinada a hacer historia. El público contuvo la respiración ante la perfección de cada pliegue, cada corte estratégico que revelaba piel sin resultar vulgar. Era un equilibrio milimétrico entre audacia y elegancia, entre el riesgo y la sutileza que solo alguien en pleno dominio de su arte podía lograr.
Valeria observaba desde bambalinas, con el corazón martilleando contra su pecho. No era solo un desfile: era su regreso, su resurrección profesional después de semanas que habían amenazado con destruirla por completo. Había volcado cada herida, cada palabra arrojada como veneno por En