El anillo descansaba en su joyero como un recordatorio constante de lo que había quedado suspendido en el aire. Valeria lo observaba cada mañana, sus dedos rozando el diamante antes de cerrarlo con un suspiro. Habían pasado tres semanas desde aquella noche en que Enzo se había arrodillado frente a ella, con la ciudad de Milán extendiéndose a sus pies.
Tres semanas de silencio.
Tres semanas preguntándose si aquello había sido real o simplemente un gesto impulsivo nacido del momento.
—¿Todavía mirando esa cosa? —preguntó Claudia, entrando a la habitación con una taza de café—. Por Dios, Val, llámalo.
Valeria cerró el joyero de golpe.
—No voy a llamarlo. Si realmente quisiera una respuesta, ya habría insistido.
—O tal vez está esperando que tú des el siguiente paso.
Valeria se levantó y caminó hacia el ventanal de su apartamento. Milán se extendía ante ella, gris y bulliciosa. En algún lugar de esa ciudad, Enzo continuaba c