El frío de Nueva York era diferente al de Madrid. Más cortante, más despiadado. Valeria ajustó su abrigo mientras caminaba por la Quinta Avenida, sintiendo cómo el viento se colaba entre su cabello y le mordía las mejillas. A su alrededor, la ciudad palpitaba con su ritmo frenético: taxis amarillos, ejecutivos apresurados, turistas desorientados. Pero ella solo podía pensar en él.
Tres días. Tres malditos días desde que Enzo había tomado ese vuelo sin despedirse, dejando solo una nota escueta: "Necesito tiempo. Nueva York. Lo siento."
Lo siento. Como si esas dos palabras pudieran contener todo lo que habían vivido, todo lo que habían roto y reconstruido juntos.
—Imbécil —murmuró para sí misma, mientras consultaba la dirección en su teléfono por enésima vez.
El edificio de cristal y acero se a