El resplandor azulado de la pantalla iluminaba el rostro de Valeria en la penumbra de su habitación. Eran las dos de la madrugada en Madrid, pero en Milán apenas daban las dos. La diferencia horaria se había convertido en su enemiga silenciosa, robándoles momentos, obligándolos a encajar sus vidas en franjas imposibles.
—Te extraño —susurró Enzo desde el otro lado de la videollamada. Su voz sonaba ronca, cansada tras un día interminable de reuniones.
Valeria se mordió el labio inferior, recostada entre sus almohadas. Llevaba puesta solo una camiseta de tirantes que dejaba poco a la imaginación, y sabía perfectamente el efecto que causaba en él.
—¿Cuánto me extrañas exactamente? —preguntó con una sonrisa traviesa, deslizando un dedo por el borde de su escote.
Enzo entrecerró los ojos, acomodándo