El sol de Madrid se colaba por las cortinas del apartamento de Valeria, dibujando patrones dorados sobre las sábanas revueltas. Enzo dormía a su lado, con el brazo posesivamente sobre su cintura, como si temiera que pudiera escaparse durante la noche. Ella lo observó en silencio, estudiando cada línea de su rostro relajado, tan distinto a la máscara de control que solía llevar durante el día.
Tres semanas habían pasado desde su regreso de Italia. Tres semanas de despertar juntos, de cenas improvisadas, de discusiones acaloradas que terminaban en sexo aún más acalorado. Tres semanas de algo que se parecía peligrosamente a una relación formal.
Valeria deslizó un dedo por el contorno de la mandíbula de Enzo, sintiendo la aspereza incipiente de su barba matutina. "¿Quién lo hubiera imaginado?", pensó. Ella, la mujer que había jurado no