La aguja se deslizaba entre la seda como un amante entre sábanas. Valeria respiró hondo mientras sus dedos, precisos y delicados, cosían el último detalle de aquel vestido que había consumido sus noches durante semanas. No era un simple diseño; era su historia con Enzo materializada en tela.

El taller estaba en silencio. Solo el suave roce de la tela y su respiración acompasada rompían aquella quietud casi sagrada. Había pedido estar sola para este momento. Ni siquiera Lucía, su asistente, conocía los detalles de esta creación.

—Cada puntada es un recuerdo —murmuró para sí misma mientras contemplaba su obra.

El vestido descansaba sobre el maniquí como una segunda piel. De un rojo intenso que recordaba a aquel primer vestido con el que conoció a Enzo en la gala benéfica, pero transformado en algo mucho más profund