El restaurante Portofino brillaba con su habitual elegancia. Valeria había aceptado la invitación de Enzo para cenar, un intento de reconexión después de las semanas turbulentas que habían vivido. La reconciliación avanzaba con pasos cautelosos, como si ambos caminaran sobre un puente de cristal.
Valeria llevaba un vestido negro que se ajustaba a sus curvas como una segunda piel. El escote en V descendía lo suficiente para ser sugerente sin resultar vulgar. Había elegido ese atuendo con deliberada intención: recordarle a Enzo exactamente lo que había estado a punto de perder.
—Estás preciosa —murmuró él cuando la vio llegar a la mesa. Sus ojos recorrieron el contorno de su cuerpo con una intensidad que encendió brasas en el vientre de Valeria.
—Gracias —respondió ella, permitiéndose disfrutar de la admiració