La luz del amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación, dibujando patrones dorados sobre la piel desnuda de Valeria. Enzo la observaba dormir, fascinado por la forma en que su pecho subía y bajaba con cada respiración. Había algo hipnótico en ese ritmo, algo que le recordaba que, a pesar de todo el caos que habían atravesado, seguían vivos. Seguían juntos.
Valeria abrió los ojos lentamente, encontrándose con la mirada intensa de Enzo.
—¿Cuánto tiempo llevas mirándome? —preguntó con voz ronca, estirándose como una gata perezosa.
—El suficiente para memorizar cada lunar de tu cuerpo —respondió él, trazando con su dedo índice una constelación imaginaria en su hombro.
Valeria sonrió, pero Enzo notó algo diferente en sus ojos. Una sombra, una duda que no había