Alessandro Ricci no intentó escapar. No contrató abogado costoso. No negó nada.
En interrogatorio, sonrió.
—Quieren saber por qué. Todos siempre quieren saber por qué. —Se reclinó en silla metálica—. La respuesta es decepcionantemente simple: dinero.
Fiscal presentó evidencia: Registros bancarios, emails encriptados, video de instalación de spyware.
—Suficiente para múltiples cadenas perpetuas. ¿Algo que decir?
—Mucho. Pero no aquí. —Alessandro miró directamente a cámara de vigilancia—. Quiero hablar con Valeria y Enzo. Privadamente. Sin grabaciones. Les diré todo. Cada detalle. Pero solo a ellos.
Fiscal rechazó inmediato.
—No negociamos con asesinos.
—No estoy negociando. Estoy ofreciendo. —Alessandro se inclinó hacia adelante—. Hay cosas que necesitan saber. Sobre organización más grande. Sobre otros operativos. Sobre amenazas que todavía enfrentan. Puedo dárselo todo. Pero no a ustedes. A ellos.
Enzo recibió llamada dos horas después.
—No voy. —Respuesta inmediata.
—Es trampa obvia.