El atardecer de Madrid pintaba el cielo de tonos anaranjados mientras Valeria observaba la ciudad desde la terraza del ático de Enzo. Llevaba una copa de vino tinto en la mano, pero apenas la había probado. Su mente estaba demasiado ocupada procesando todo lo ocurrido en las últimas semanas.
El viento jugueteaba con su cabello cuando sintió la presencia de Enzo a sus espaldas. No necesitaba voltearse para saber que estaba ahí, su cuerpo había desarrollado una especie de radar para detectarlo. El calor que emanaba de él, su aroma a sándalo y cuero, la forma en que el aire parecía cargarse de electricidad cuando compartían el mismo espacio.
—Pensé que te habías arrepentido —dijo ella sin girarse.
Enzo se acercó hasta colocarse a su lado, apoyando los antebrazos en la barandilla. Llevaba una camisa negra con las mangas remangadas, dejando ver los tat