La habitación del hotel parecía demasiado pequeña para contener todo lo que había entre ellos. Valeria permanecía junto a la ventana, con la ciudad de Milán extendiéndose bajo ella como un mapa de luces titilantes. Enzo estaba sentado al borde de la cama, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada fija en el suelo. El silencio entre ambos era como una cuerda tensada al máximo, a punto de romperse.
—Nunca pensé que volveríamos a estar así —murmuró Valeria, sin apartar la vista del paisaje nocturno—. En la misma habitación, sin saber qué decirnos.
Enzo levantó la mirada. Sus ojos, habitualmente fríos y calculadores, mostraban una vulnerabilidad que pocas veces había permitido ver.
—Hay demasiado que decir, ese es el problema —respondió con voz ronca—. Por dónde empezar cuando