Valeria no salió del apartamento de Isabella por dos días.
No comió. Apenas durmió. Solo se sentó en ese sofá destruido repitiendo grabación hasta memorizar cada inflexión de voz de su padre. Cada sílaba de orden de asesinato.
"El coche de Costa. Frenos. Hazlo parecer accidente."
Enzo llamó diecisiete veces. Carmen, nueve. Gabriel, cuatro. Marcus desde Nueva York, dos.
No contestó ninguno.
El domingo por la mañana, Enzo simplemente apareció. No tocó puerta. La forzó.
—Valeria.
Ella estaba exactamente donde la había dejado. Ropa arrugada, cabello enmarañado, ojos vacíos.
—Vete.
—No. —Enzo se arrodilló frente a ella—. No voy a dejarte sola con esto.
—Mi padre ordenó matar al tuyo. Ordenó matar a Isabella. Todo lo que soy, todo lo que construí, está fundado sobre sangre. —Su voz era plana, muerta—. ¿Cómo sigo después de saber eso?
—Siendo tú. No tu padre. Tú.
—Llevo su apellido. Su legado. Su sangre.
—También llevas el apellido de tu madre. Y su fuerza. Y tu propio talento, que nadie pued