El cristal vibró cuando Valeria cerró la puerta de su apartamento con un golpe seco. La rabia le recorría el cuerpo como una corriente eléctrica, haciendo que sus dedos temblaran mientras arrojaba las llaves sobre la mesa. El sonido metálico resonó en el silencio.
—¿Quién demonios te crees que eres? —espetó, girándose hacia Enzo que acababa de entrar tras ella.
Él permanecía en el umbral, con el rostro impasible y los ojos oscurecidos. Su traje negro, perfectamente cortado, contrastaba con la palidez de su piel. Parecía una estatua de mármol, fría y distante.
—Alguien que está cansado de tus juegos, Valeria —respondió con voz controlada, cerrando la puerta tras de sí—. ¿Crees que no me di cuenta de lo que hacías esta noche?
Valeria soltó una risa amarga mientras se qu