El teléfono de Valeria vibró sobre la mesita de noche. La pantalla iluminó la penumbra de su habitación, donde llevaba horas intentando conciliar el sueño. Eran las tres de la madrugada. Nadie llamaba a esa hora para dar buenas noticias.
Cuando vio el nombre de Enzo en la pantalla, su corazón dio un vuelco. Habían pasado dos días desde su último encuentro, aquel en que las palabras habían quedado atrapadas entre besos furiosos y caricias desesperadas. Dos días en los que había intentado convencerse de que podía seguir adelante sin él.
—¿Enzo? —contestó con voz ronca.
El silencio al otro lado de la línea duró apenas unos segundos, pero fue suficiente para que Valeria sintiera un escalofrío recorrer su espalda.
—Necesito que me escuches con atención —la voz de Enzo sonaba tensa, con