El avión aterrizó en Madrid con un golpe seco que sacudió a Valeria de su letargo. Durante las cuatro horas de vuelo desde Milán, había permanecido con la mirada fija en la ventanilla, observando cómo las nubes se deshacían bajo el ala del avión, igual que sus ilusiones se habían desvanecido en el aire.
La terminal del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas le pareció más fría y gris que nunca. Arrastró su maleta por los pasillos interminables, sintiendo que cada paso la alejaba más de Enzo. La despedida había sido tan glacial como inesperada. Sin lágrimas, sin promesas rotas, sin un último beso apasionado. Solo dos personas que habían compartido cama y secretos, mirándose como extraños.
—Supongo que esto es todo —había dicho ella, sosteniendo su pasaporte con fuerza mientras hacía la