El sonido de unos tacones resonando contra el mármol del vestíbulo fue lo primero que alertó a Valeria. Un repiqueteo constante, seguro, como el de alguien que sabe exactamente a dónde va y qué quiere. Estaba terminando de revisar unos documentos en la oficina de Enzo cuando lo escuchó, seguido por una voz femenina con marcado acento italiano que discutía con la recepcionista.
—Lo siento, señorita, pero el señor Costa no recibe a nadie sin cita previa —insistía la recepcionista.
—_Non mi importa_. Dile que Chiara Bianchi está aquí. Sabrá quién soy.
Valeria se tensó. Aquel nombre le resultaba familiar, aunque no lograba ubicarlo. Dejó los papeles sobre el escritorio y se acercó a la puerta entreabierta para escuchar mejor.
—Señorita, insisto en que...
—¿Necesito llamar a su padre para que