El atardecer de Madrid pintaba el cielo con tonos anaranjados que se filtraban por los ventanales del restaurante. Valeria jugueteaba con la copa de vino tinto entre sus dedos, observando cómo la luz atravesaba el líquido granate. Frente a ella, Alejandro la miraba con esa intensidad que había comenzado a despertar sensaciones que creía olvidadas.
—No pensé que aceptarías mi invitación —confesó él, inclinándose ligeramente sobre la mesa.
Valeria esbozó una sonrisa enigmática. Ni ella misma entendía por qué había aceptado. Quizás era la necesidad de escapar de sus pensamientos sobre Enzo, o tal vez la curiosidad de explorar otras posibilidades.
—Digamos que necesitaba distraerme —respondió, dando un sorbo a su vino—. Últimamente mi vida es... complicada.
Alejandro asintió, como si comprendiera perfectamente a qué se refería. Sus ojos verdes brillaban con una mezcla de comprensión y deseo apenas contenido.
—Lo complicado a veces es lo que vale la pen