La luz tenue del salón privado del Hotel Mirabella creaba sombras que bailaban sobre las paredes de mármol. Enzo Costa había dispuesto cada detalle con precisión milimétrica: las flores blancas estratégicamente colocadas, la música de fondo que evocaba noches italianas, el champán francés enfriándose en cubos de plata. Todo formaba parte de su elaborada estrategia.
Valeria se detuvo en la entrada, sintiendo cómo su respiración se alteraba ligeramente. El vestido negro que había elegido se ajustaba a sus curvas como una segunda piel, dejando su espalda al descubierto. Una decisión que ahora cuestionaba mientras sentía la mirada de Enzo recorrerla desde la distancia.
—Bienvenida —dijo él, acercándose con esa elegancia felina que lo caracterizaba. Vestía un traje gris oscuro hecho a medida que resaltaba sus hombros anchos y su figura atlética—. Pensé que no vendrías.
—La curiosidad mató al gato —respondió ella, aceptando la copa que le ofrecía—. Aunque no entiendo