El atelier se había convertido en su refugio. Valeria contemplaba la ciudad a través del ventanal mientras la noche caía sobre Madrid. Las luces comenzaban a parpadear en la distancia como estrellas terrenales, pero ni siquiera ese espectáculo lograba calmar la tormenta que se desataba en su interior.
Sus dedos recorrieron distraídamente la superficie de la mesa de diseño. Bocetos a medio terminar, telas desperdigadas y una taza de café ya frío eran testigos silenciosos de su incapacidad para concentrarse. Había intentado trabajar durante horas, pero su mente insistía en volver a ellos. A Alejandro. A Enzo.
—Maldita sea —murmuró, dejándose caer en la silla giratoria.
El silencio del atelier amplificaba el eco de sus pensamientos. ¿Cómo había llegado a este punto? Ella, Valeria Hidalgo, la mujer que había jurado nunca más permitir que un hombre tuviera poder sobre sus emociones, ahora se encontraba atrapada entre dos.
Cerró los ojos y el rostro de Enzo apa