El aire dentro del Bentley era tan denso que podría cortarse con un cuchillo. Valeria se deslizó en el asiento trasero, el vestido de seda roja abriéndose ligeramente sobre sus muslos. La gala había sido un éxito rotundo, pero la tensión entre ellos había crecido con cada copa de champán, con cada mirada robada, con cada roce accidental que de accidental no tenía nada.
Enzo entró después de ella, cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria. Su perfil se recortaba contra las luces de la ciudad que entraban por la ventanilla. Mandíbula tensa, nudillos blancos sobre su rodilla.
—Dirección, señor Costa? —preguntó el chofer.
—Primero a casa de la señorita Hidalgo —respondió Enzo con voz cortante.
El coche arrancó, deslizándose por las calles de Madrid como un depredador silencioso. Valeria mir