Massimo miraba a su familia y era todo lo que de niño había imaginado; sin embargo, aún tenía algo que le robaba su tranquilidad y eso era su Luciano. Si bien, el joven no lo tenía en alta estima, a Massimo le dolía solo recordar a su niño chiquito, recordar cómo entraba a su habitación, cuando era un bebé, levantarlo para cargarlo, sentirlo en sus brazos, ver sus pucheros, escuchar sus balbuceos, ver cómo el pequeño le tomaba su dedo le llenaba el alma cuando tenía un mal día.
Hoy día lo recordaba más, ya que al ver cómo Pietro estaba disfrutando su etapa de papá, le recordaba las diminutas cosas que vivió con Luciano de bebé.
Debía reconocer, que de momento sentía rabia. Leonardo y Franco le habían robado la oportunidad de ser padre, pero sabía que no solo eran ellos los culpables. Él, en gran medida, tenía culpa, cargaba con la culpa que le producía haberse dedicado más a la empresa que a su hijo.
De haber puesto más atención en su familia, estaba completamente seguro de que muchas