Massimo llevaba en brazos a Guadalupe, quien al verle se había desmayado.
Él se sentía muy culpable por la reacción de su mujer, antes al verlo le dedicaba una gran sonrisa de oreja a oreja, luego, esa sonrisa se apagó y se volvió en una mirada de sumisión, para después pasar a la ira o la indiferencia.
Hoy el rostro de la chica reflejaba miedo y desesperación, eso no le complacía, más bien le causaba gran dolor, aunque no lo reconociera.
- Señor, ¿qué ha pasado? ¿Le ha hecho daño? - dijo Emma preocupada al ver cómo cargaba el cuerpo de la chica.
- ¡Yo no…! ¡Yo no le hice nada! Se desmayó cuando me vio. - Dijo Massimo con pesar en la voz.
- Entiendo... Venga, venga póngala aquí. - Dijo Emma con tono preocupado.
Massimo la depositó cuidadosamente en el sillón de la sala de estar.
Emma, por otro lado, corrió a traer el botiquín, Massimo pudo observar el resultado de la bofetada de anoche, su mejilla estaba inflamada y tenía hematomas.
Tratando de no pensar en ello, le tomaba la mano,