- ¡Anda Celeste, ya vámonos…! —dijo Pietro mirando cómo su mujer se despedía y despedía de Aria.
- ¡Anda, mi cielo! Ya es hora, les prometo que los iré a visitar muy pronto, además, voy a ayudarte con los preparativos de la boda… —dijo Aria mientras abrazaba a su nuera.
- ¡Mamá! Ya deja ir a Celeste o nos regresamos… —dijo Pietro quien solo las presionaba en forma de burla.
El hombre sabía que entre Aria y Celeste habían formado un gran lazo de amistad y familiaridad.
Aria, la mujer que toda la vida estuvo ausente, hoy día era una de las personas que más alegraban los días de Pietro y, aunque este hubiera preferido llevarla consigo, sabía que definitivamente su madre también tenía una vida y era su momento para vivirla.
- Mis hermosas, bellas y elegantes damiselas, no quiero presionarlas, pero si las gemelas se despiertan, tendremos un largo, pero largo camino por recorrer antes de irnos. -dijo Pietro señalando el asiento trasero de la camioneta.
- ¡Hijo! Los voy a extrañar, pero quie