Katherine había aprendido a sonreír con los labios y a temblar con el corazón. Su vida se había convertido en una coreografía de silencios y simulaciones desde que Marcus la tenía atrapada con aquel contrato maldito. Al principio lo había guardado con la ilusión de ganar tiempo, de encontrar una salida que no implicara traicionar a Darren, pero el peso del papel era como un cuchillo que le abría una herida nueva cada vez que lo miraba. Una tarde, incapaz de soportar más incertidumbre, decidió consultar a un abogado que no perteneciera al círculo de Marcus ni de su padre. Llegó con las manos sudorosas y el documento escondido en el fondo de su bolso, con miedo de que alguien más lo reconociera. El despacho olía a café quemado y a madera envejecida, y cuando colocó el contrato sobre la mesa, el abogado levantó las cejas con un gesto que no supo interpretar. Leyó durante largos minutos, mientras ella se mordía las uñas y sentía el corazón a punto de escapársele por la garganta.

—Señora,