La casa estaba silenciosa cuando Katherine supervisó por última vez los preparativos. La mesa estaba dispuesta con velas altas, mantelería blanca y una vajilla que había pedido prestada de la colección privada de su madre. Había flores frescas en jarrones pequeños y el aroma de la cena casera llenaba el comedor. Había ensayado cada detalle, como si la perfección fuese el único modo de lograr que Darren bajara la guardia.

Cuando escuchó la puerta abrirse, respiró profundo y se puso la sonrisa que tantas veces había usado en el pasado, en los años en que Darren y ella eran simplemente amigos, cómplices de risas y confidencias.

—¿Qué es todo esto? —preguntó él, alzando las cejas con un gesto desconfiado.

—Una tregua —respondió Katherine con dulzura—. Quería preparar una cena… como antes, ¿recuerdas? Solo tú y yo, sin peleas, sin presiones.

Darren se detuvo un momento. Dudó, pero el aroma del vino abierto y el ambiente acogedor lo suavizaron. Se dejó guiar hasta la mesa.

Ella se sentó fre