Capítulo 34. El mejor regalo
La habitación del hotel estaba en penumbra, iluminada apenas por la luz lechosa de la ciudad que se colaba por las ventanas. Darren cerró la puerta de golpe y arrojó el pasaporte falso sobre la mesa como si quemara. Leiah temblaba a pocos pasos, con los brazos cruzados, la respiración agitada, el corazón golpeándole el pecho como si intentara escapar.
—¿Así ibas a hacerlo? —preguntó él, girando lentamente hacia ella—. ¿Ibas a desaparecer del mapa como una fugitiva cobarde?
—Darren, déjame explicarte…
—¿Explicarme qué? —la interrumpió con la voz cargada de rabia—. ¿Cómo conseguiste ese pasaporte? ¿Quién te ayudó?
— Fue Eva — dijo ella con voz temblorosa
—¿Fue Eva? ¿O fue él?
Leiah frunció el ceño.
—¿Él?
—Claro. Tiene que haber alguien más —espetó—. Nadie escapa sola. Nadie se va sin mirar atrás a menos que tenga a otro que la espera del otro lado del mundo.
Leiah dio un paso atrás.
—¿De verdad crees eso de mí?
Darren rió, sin humor.
—¿Y qué debo pensar, Leiah? Te veo rodeada de cajas,