Daniel Dalbus observaba por la ventana del hospital con una bata mal abrochada, el brazo derecho conectado al suero y el pecho aún dolido por el susto de la mañana. En realidad, ya se sentía mejor, pero prefería no decírselo al médico. Había algo en el dramatismo del hospital que jugaba a su favor. El patriarca caído, titularían los diarios, pero no derrotado.

Su esposa entró al cuarto con su andar pausado, impecablemente vestida a pesar del caos.

—¿Y bien? —preguntó él, sin mirarla.

—He hablado con el abogado. Aún no podemos mover el fideicomiso, pero si ese muchacho realmente es tu hijo… tenemos opciones.

—Es mi hijo —murmuró Daniel con voz hueca, aunque sabía que ni él se lo creía del todo—. Se parece a mí. Y tiene el carácter.

—Daniel —lo interrumpió ella, sentándose a su lado—. No podemos depender de apariencias. Mandaremos a hacer otra prueba de ADN en secreto, por nuestra cuenta. No le diremos nada aún. Por ahora… no tenemos nada que perder si el chico quiere ayudar.

Él asintió