Probando el destino del Alfa.
Probando el destino del Alfa.
Por: Iriani Balandrano
Prólogo. Desaparece mi hogar.

Prólogo.

Las explosiones aturdían mis oídos en mi forma de lobo, así que tuve que transformarme de nuevo para evitar que siguieran sangrando.

Mis rodillas colapsaron e intenté con todas mis fuerzas levantarme para correr a ayudar o para alejarme del lugar. Aun no lo tenía claro. De hecho, no tenía claro nada.

A mi alrededor, el más puro caos reinaba.

La gente corría asustada mientras que otros pocos lobos se encontraban tratando de sacar personas de debajo de los escombros. Cortinas de humo y fuego, gritos y lamentos envolvían el atardecer.

Mi hogar, o al menos el que había sido mi hogar por los últimos dos años, se encontraba en pedazos.

La primera explosión fue la causante de que el castillo del Continente Central volara por los aires y me dejara en un lamentable estado físico a pesar de que no estaba dentro.

-¡Anahí!

El aturdimiento y el leve mareo que sentía me impedía identificar el portador de la voz, pero reconocería ese aroma en cualquier lugar y en cualquier momento. ¿Por qué estaba aquí?

Los brazos fuertes de Jack me levantaron tiernamente y revisaron mi cabeza. Dolor y el olor a sangre me desconcertaron. Quizá la visión roja en mis ojos no era un efecto de la explosión como había pensado en un principio.

-M****a, parece profunda. – Murmuró mientras hacía presión. – Aguanta, debemos irnos de aquí. En cuanto estemos a cubierto, te curaré.

Cerré fuertemente mis ojos y me aferré a las solapas de su traje mientras el movimiento de su cuerpo me mareaba.

-Tío Karel…

-Estoy seguro de que está bien. – Dijo con urgencia. – Por el momento debo llevarte a un lugar seguro para…

Entonces otra explosión nos sorprendió demasiado cerca y volví a salir disparada por los aires. Mi viaje terminó en el tronco de un árbol.

El aire abandonó mis pulmones y estaba bastante segura de que me rompí algunas costillas. Aterricé con fuerza sobre la tierra y tomé unos segundos para intentar respirar de nuevo.

Cuatro palabras me hicieron levantar la cabeza hacia el lugar por donde varios lobos se encontraban huyendo.

-¡Majestad! ¡Majestad! ¡El rey ha muerto!

No.

A pesar del dolor, me apoyé en el árbol que había detenido mi vuelo y me levanté lentamente. Tuve que hacer una pausa para escupir un poco de sangre y tratar de mover las piernas para volver al Castillo. O lo que quedaba del castillo.

No di ni un par de pasos cuando terminé de nuevo en el suelo. Aunque quisiera, la adrenalina que me había mantenido en pie parecía que desaparecía rápidamente de mi sistema.

-¡Anahí! ¡Carajo! ¡¿Dónde estás?!

También reconocería esa voz a pesar de estar a un paso del borde de la inconsciencia.

-¡Hermano! – Grité entre mis labios sangrantes. – ¡Hermano!

Pude distinguir su figura corriendo hacia mis tristes intentos de comunicación; por supuesto, siendo el hermano mayor y sobreprotector que era, Hale exudaba preocupación y ansiedad. Sospechaba que su compañera tendría que ser una buena terapeuta porque este macho necesitaría ayuda especial después de crecer conmigo.

-¡Joder, Anahí! Gracias a nuestra Gran Madre que te he encontrado. – Dijo tocando m rostro suavemente.

-¿Hermanos?- Escupí en medio de un ataque de tos sangriento.

-Todos buscándote. Lanzaré la señal para que sirvan de escoltas, en el camino vimos lobos sospechosos. – Dijo transformándose en lobo y soltando un aullido potente. Volvió a transformarse e hizo presión en una herida que no sabía que tenía en mi costado derecho. – Aguanta, pequeña bolita molesta. Jack estaba por aquí y estoy seguro de que escuchó…

-¿Por qué… por qué lo trajeron a él? – Pregunté lastimeramente.

Cerré los ojos brevemente cuando un espasmo de dolor me robó mi capacidad de pensar por unos instantes. Para cuando me recuperé, los lobos de otros cuatro de mis hermanos estaban a mi alrededor lamiendo mi cara y brazos.

-Mantengan informados al resto de los chicos, tomaré uno de los caballos e iremos a visitar Mateo´s House. Encuentren a Jack y díganle que lo necesitamos.

Fui levantada por segunda vez algunos segundos después; sintiendo el reconfortante aroma de mi hermano mayor, mi visión comenzó a desdibujarse.

Comenzó a correr conmigo en brazos y yo hice lo posible por seguir despierta y no vomitarle encima la ardilla que mi loba había decidido cazar más temprano para quitarnos los nervios de encima.

¿Día especial? Para muchas lobas, lo era. ¿Para mí? No tanto.

Hoy era el día de mi cumpleaños número 18 y podría elegir oficialmente a mi pareja.

De hecho, había estado rezando por un milagro para que esta estúpida ceremonia no se llevara a cabo. Supongo que debí de ser más específica al respecto.

Una vez arriba del caballo, comencé a entrar y salir de la inconsciencia. Fragmentos de cómo llegamos hasta aquí inundaron mi mente a tal grado que ya no sabía si estaba dormida o despierta.

Mi primer recuerdo fueron un par de ojos verdes que me observaban impresionados. Había decidido que la tontería de mantenerme en mi habitación acolchada era una estupidez por parte de mi padre; tenía cinco años y era perfectamente capaz de salir por los pasillos de nuestro castillo subterráneo sin perderme o hacerme daño mientras él y mis hermanos se ocupaban de las cosas divertidas.

Así que salí de mi habitación y recorrí dos pasillos antes de tropezar, caer y demostrarle al mundo que mis rodillas eran tan frágiles como todos mis hermanos y mi padre pensaban que eran.

Comencé a llorar de pura frustración y ahí fue cuando lo vi: Mi hermoso ángel pelirrojo de ojos verdes que se acercó a mí para ayudarme a levantarme y revisar el fruto de mi torpeza.

-Pequeña, necesitas enjuagar esta herida. ¿Quieres venir conmigo a la oficina de mi madre?- Dijo el chico con voz suave.

Yo solo asentí; en ese momento estaba demasiado abrumada por su apariencia. Era como el príncipe azul de mis cuentos… solo que su pelo era de un rojo hermoso. Así que lo apodé como “mi príncipe Red”.

No sabía quién era la madre a la que se refería y no me importaba mucho, después le preguntaría a mi madre si me dejaría jugar con él.

Llegamos a una sección que no conocía y él abrió la puerta muy seguro de sí mismo. Él tendría más o menos la misma edad de mi hermano mayor. Quizá unos quince años a lo mucho.

Me sentó sobre una mesa de aspecto extraño y sacó algunas plantas de recipientes que habían colocados en la pared. Hizo una mezcla que olía divertido y después de lavar mi rodilla, puso la plasta de plantas en el lugar de la herida. Enseguida sentí alivio sobre mi dolor.

-Listo. Puedes venir mañana después de tu baño para que vuelva a colocar un…

Entonces la puerta se abrió precipitadamente y la pesadilla de mi existencia comenzó en medio de gruñidos.

Mis mejillas se tiñeron de rojo al ver a mi padre y a todos mis hermanos con las garras afuera y sus posturas en posición de ataque. Miré brevemente a mi príncipe Red pero él no parecía preocupado, solo curioso.

-General Cole, ¿Está todo bien?

-¿Qué le hiciste a mi pequeña? – Gruñó acercándose intimidatoriamente.

-Una cataplasma para aliviar el dolor y cerrar las heridas. – Dijo lentamente. - ¿Por qué?

-Pudimos oler la sangre de nuestra hermana desde el cuarto de entrenamiento. – Dijo uno de mis hermanos gemelos. - ¡¿Qué le hiciste bastardo?!

-¿Por qué piensan que yo le hice algo? – Dijo parpadeando confundido mi príncipe Red. – Ni siquiera la había viso antes de hoy. ¿Por qué la lastimaría?

-Porque estás buscando tu muerte. – Contestó otro de mis hermanos

Entonces llegó mi salvadora saltando sobre el gran cuerpo de mi padre hasta dejarlo sobre el piso. El gruñido que soltó la loba blanca congeló a todos los machos en la habitación.

Mi madre se transformó sin levantarse de la espalda de mi padre quien gruñía molesto.

-Quédate abajo, mango atractivo o no tendrás postre esta noche. – Dijo calmadamente y enseguida mi padre se quedó mortalmente quieto. – Bien, ahora, ¿Quieren explicarme por qué tuve una gran conmoción en mi oficina cuando los guardias corrieron a avisarme que todos mis chicos estaban aterrorizando a la gente en su loca y furiosa carrera hasta aquí?

- Madre, este bastardo…

-No, Hale. Es tu jodido mejor amigo, ningún bastardo. ¿Acaso no le he enseñado modales a mi primogénito? – Dio arqueando una ceja en su dirección. – A pesar de que no eres un cachorro aun puedo darte unos cuantos azotes para reafirmar tu educación, cachorro.

-Lo siento madre. – Dijo Hale bajando la cabeza en señal de respeto. Si alguien podía someter fácilmente a todos los lobos de la habitación, era ella. – Uh, mi mejor amigo Jack hirió a mi hermanita y nosotros…

-Alto ahí. – Dijo levantando su mano. - ¿Por qué piensan que el querido Jack le haría daño a mi bebé?

¿Se podía morir de vergüenza? Tendría que ir a la biblioteca e investigarlo.

-No soy un bebé… - Dije en un murmullo suave que todos ignoraron.

-¡¿Por qué otra razón estaría con ella?! Es obvio que violó nuestra confianza, fue hasta su habitación para liberarla y…

-¿Liberarla? – Preguntó con voz mortal mi madre y el cuarto frío se volvió aun más frío. - ¿Significa que estaba encerrada?

-Uh…

-Tú no, Hale. Dime, Cole… ¿Por qué mi bebé estaba encerrada en vez de en las clases de entrenamiento de las que me prometiste que sería parte como todos nuestros cachorros?

-Ella es pequeña y…

-Y es perfectamente capaz de iniciar con su entrenamiento. ¿Eso es lo que has estado haciendo por meses? ¿En cerrarla en su habitación mientras todos ustedes entrenan?

-No. – Dijo papá con la cara en el suelo, pero era obvio para todos que estaba mintiendo.

-Anahí, ¿Por qué no me dijiste nada? – Preguntó mi madre parándose sobre la espalda de papá. Era como una alfombra sumisa.

-Papá dijo que no había necesidad de que yo entrenara con ellos porque las princesas tienen un montón de guardias que las protejan. Yo tengo la suerte de tener guardias, mis hermanos y mi gran y fuerte padre. – Dije recitando palabra por palabra lo que me dijo la primera vez que fui encerrada en la habitación. – También dijo que era un secreto y que mami no podía enterarse.

Silencio.

-¿Por qué ninguno de mis cachorros me informó de esta situación? – Preguntó cruzándose de brazos y mirando a mis hermanos quienes se veían muy culpables.

-Porque estamos de acuerdo en que nuestra hermana no debe de lastimar sus bonitas y delicadas manos. Ese es el trabajo de un macho. – Dijo mi hermano Erick de siete años inflando su pecho.

MI madre y yo parpadeamos mientras mi padre gruñía su acuerdo.

-¿Me están diciendo que en caso de que ella se encuentre sola y sin la protección de ninguno de los machos de esta familia, estará muerta por culpa del pensamiento retrógrada que su querido padre les ha implantado en sus pequeños e impresionables cerebros?

Silencio. Ninguno estaba seguro de qué decir.

-Ella nunca estará en peligro, yo protegeré a mi pequeña siempre. – Dijo papá.

-Ajá. – Dijo mi madre calmadamente pero no engañaba a nadie. Todos sabíamos que explotaría en cualquier momento. - ¿Y ya consideraste la posibilidad de que su compañero no sepa luchar, sea de otro reino y que ella pueda estar en peligro en el futuro?

-¡No le daré a mi pequeña si no es alguien digno!

-Los compañeros no piden permiso. ¿Acaso le pediste mi mano a mi madre? - Dijo burlonamente.

-¡Por supuesto que lo hice! Me dio su bendición y me dijo que nuestros cachorros serían hermosos.

-Mentiroso. – Dijo mi madre rodando los ojos. – Como sea, no es el punto. Una princesa siempre estará en peligro por el simple hecho de serlo. Ella debe saber defenderse ante cualquier peligro y si su padre se rehúsa a entrenarla, sacaré tiempo para entrenarla yo misma al igual que lo hizo el tío Chad…

-¡No! – Gritaron mis hermanos y mi padre.

-Ella es frágil madre, no creo que…

-Nuestra hermana no debería…

-¿Por qué no le enseñas a bordar o algo que no involucre violencia?

-¡Basta! Es mi hija y esto no está a discusión. Todos ustedes machos pueden ir a golpear sus pechos a otro lado… después de disculparse con Jack.

Mis hermanos murmuraron algunas disculpas, pero sus ojos prometían promesas de muerte a mi príncipe mientras salían de la habitación.

-Lo siento mucho por eso, querido Jack.

-No te preocupes tía. Sé que los chicos pueden ser sobreprotectores con su hermana. Ni siquiera me habían dejado acercarme a ella antes. – Dijo dando una carcajada.

Mi padre gruñó en el piso y mi madre le puso un pie en la cabeza con su propio gruñido. Papá se tranquilizó de nuevo.

-No permiten que nadie, sobre todo machos, se le acerquen. – Dijo zanjando el tema. – Gracias por curar a mi bebé.

-No ha sido nada.

Mi madre me llevó a su oficina después de que nos despidiéramos de mi príncipe y me quedé con ella el resto de la tarde.

Ese fue mi primer encuentro con Jack. Lo vi pocas veces de lejos a lo largo de los siguientes dos o tres años y para entonces mi enamoramiento era enorme. Averigüé gracias a mi madre que Jack solo nos visitaba en los otoños ya que su padre, el rey del Este, lo abrumaba el resto del año enseñándole a ser un buen rey hasta desfallecer. El tiempo en nuestro hogar era su forma de respiro de los grandes problemas que eran ser un heredero.

Quizá mi capricho con él no era tan secreto porque mis intentos de encontrarme casualmente con mi príncipe siempre eran frustrados por mis hermanos. Había “entrenamiento nuevo” qué hacer o “lugares que explorar” cada otoño que iba a visitarnos.

También nosotros habíamos estado bastante ocupados. Mi tío Karel había puesto todos sus esfuerzos por convencer a cualquiera de nosotros de tomar el trono del reino Central. Teníamos que ir con él cada verano y pasear por las calles para “enamorarnos del lugar” o algo. Realmente no entendía mucho su estrategia, pero me hacía feliz seguirlo a todas partes. Era como una versión más despreocupada de papá. Menos estricto, también y me dejaba salirme siempre con la mía.

Cuando cumplí diez años mi madre puso en marcha la “Competencia de fuerza amistosa”. Una forma no tan sutil de mi madre para animar a mis hermanos mayores a asumir las responsabilidades del reino del Norte. Por supuesto, eran buenos príncipes y ayudaban a mis padres con los grandes y pequeños asuntos del reino; el problema era que ninguno quería ser rey y el no tener un heredero claro ponía nerviosos o ansiosos a muchos lobos tanto del reino como de otros reinos. La Competencia era para callar a los opositores del reinado de nuestra familia y así cualquiera que tuviera un problema con ello solo tenía que retar a cualquiera de mi familia para subir al trono.

Ese año vinieron los reyes del Este, Sur y Centro a presenciar curiosos el espectáculo que daban mis hermanos al derrotar fácilmente a todos los lobos que se habían inscrito para obtener la corona.

Vi a mi príncipe Red de lejos sentado en el palco con su familia y mi corazón me dio un vuelco divertido en mi pecho.

Esa noche, mientras todos celebraban y los reyes discutían cosas de reyes, me escapé de mi habitación con una meta en mente: Hablar con Red.

Lo encontré en el pueblo abandonado que se asentaba por encima de nuestro hogar mirando a las estrellas.

-Hola, pequeña Anahí. Ha pasado un tiempo. – Susurró después de darme un vistazo brevemente. - ¿Dónde están tus escoltas?

-Mis hermanos están dentro alardeando sus victorias. – Dije sentándome un poco alejada de él.

-No es de extrañar, son muy buenos guerreros. – Contemplamos el cielo estrellado unos minutos antes de que volviera a hablar. – Hale ha mencionado que te gustan las plantas.

-Si. – Dije sonrojándome. En realidad solo me había empezado a interesar por las plantas porque en mi mente si me convirtiera en curandera, podría tener algo en común con el lobo sentado a mi lado. Era el primer paso para que se fijara en mí, ya que sacaba tiempo para poder dedicarse a ser un curandero, al igual que su madre, la tía Savanah.

-Mi reino tiene algunos buenos maestros que pueden continuar con tu educación. – Dijo distraídamente.

-Siento lo de tu bisabuela.

-Yo también.

Hace un par de años, la abuela había muerto en el laboratorio que tenía en nuestras tierras. Fue muy triste, ella era amable y comenzó a enseñarme sobre plantas. Desgraciadamente, su salud había decaído mucho antes de que se me permitiera salir al exterior de nuestro hogar, por lo que la vi y conocí por poco tiempo.

El ambiente comenzó a ponerse frío y un escalofrío me recorrió.

-Deberías entrar. Pronto hará más frío y, de todas formas, no creo que tarden mucho mis amigos en notar que te has ido.

-Me gustaría ir y aprender de los grandes maestros de tu reino. – Dije armándome de valor e ignorando el clima y que acababa de despedirme.

-Entonces, solo tienes que pedirle permiso a la tía Lily. – Dijo con voz inexpresiva. – Estoy seguro de que lo puede arreglar.

-Aun no termino mi entrenamiento. – Dije pensando rápidamente.

No es que no quisiera ir a su reino, sino que estaba segura de que me enviarían con la mitad de mis hermanos como guardaespaldas y él, con sus obligaciones como heredero, no creía que tuviera mucho tiempo libre. Sería complicado escapar de mis hermanos y encontrar el momento perfecto para casualmente encontrarnos.

-¿Crees que podrías enseñarme un poco en el otoño cuando regreses? – Pregunté esperanzada.

Él suspiró y luego me miró con esos hermosos ojos.

-No creo que sea buena idea. -    Dijo dándome una mirada extraña antes de suspirar y volver a mirar al cielo. - Si tanto quieres aprender, puedo traer en el verano a un buen maestro y…

-Gracias por su tiempo, príncipe Jack. – Dije interrumpiéndolo. Las palabras que había utilizado eran perfectamente corteses pero el tono me hizo pensar que era una molestia. Eso hizo que mi corazón se encogiera un poco.

Le hice una leve inclinación y regresé a mi hogar.

No volví a verlo en los siguientes tres años. Para entonces habían comenzado a salir de alguna parte curvas en mi cuerpo que no estaban antes ahí. Lo que hizo que mis hermanos y mi padre solo se pusieran más paranoicos y sobreprotectores de lo que ya eran.

Ese fue el primer año en donde un competidor de la “mejor tradición de mundo” (palabras de mis hermanos) me había escogido a mí como su oponente.

Mis hermanos y mi padre gruñeron mientras yo me encogí de hombros. Desde el día en que mi madre se encargó de mi entrenamiento, ninguno de ellos sabía qué tan eficiente era en una pelea.

Mi madre dio inicio a la palea y en tres movimientos ya tenía al tipo en el suelo con un brazo y piernas rotas.

Después de eso mi padre relajó su estricta vigilancia sobre mí; ojalá hubiera pasado lo mismo con mis hermanos.

Ese mismo año tuvimos la visita inesperada de Jack durante el invierno. No había venido en los últimos años así que era una sorpresa; mis hermanos estaban felices. Por supuesto, yo ya había entendido que solo era algo así como una niña molesta para él así que no lo molesté y no miré en su dirección aunque me doliera un poco.

Fue él mismo quien buscó mi compañía.

Una mañana, mientras recogía algunas flores, sentí la presencia de alguien a mi espalda. No sentí ningún tipo de peligro, así que continué con lo mío. Me gustaba dejarles en cada una de sus habitaciones a mis hermanos un par de flores frescas. Les daba vida a sus “cuevas de hombres”. Nunca me habían dicho nada, así que yo suponía que les gustaba.

-¿Ya no hay más planes para convertirte en curandera?- Dijo una voz a mi espalda.

-No. Me di cuenta de que las únicas plantas que me gustan son las flores. No necesito formación extra para eso. – Respondí distraída.

Sus pies se pusieron repentinamente en mi campo de visión y yo miré hacia arriba. Él me miraba divertido.

-Has crecido.

Me levanté lentamente sujetando mi pequeña canasta de flores.

-¿No es curioso? Nacemos, crecemos… - Dije con un gesto despectivo de la mano.

-¿Nos reproducimos y morimos?

-Si. El ciclo de la vida y todo eso.

Me di media vuelta y comencé a caminar por el sendero que llevaba a casa. Jack me siguió igualando mi paso.

-¿Qué harás con eso? – Preguntó curioso señalando mis flores.

-Son un regalo.

-Oh. – Dijo mirando al frente. – Lobo afortunado.

No contesté. Realmente no había nada que decir; es lo que hacían años de autoterapia para olvidar a tu primer encaprichamiento. Ni siquiera había hablado más de cinco minutos con el lobo y ya nos imaginaba juntos liderando su reino. Era patética y eso tenía que terminar. El hecho de no haberlo visto por años me había ayudado mucho con el tema.

-¿Por fin te dejan salir sola?

-Si.

-Me alegro. Nadie merece vivir encerrado.

Me encogí de hombros. En mi opinión, la libertad estaba sobrevalorada.

Mi abuela decía, en sus breves ratos de lucidez, que sacrificar una libertad por otra no era verdadera libertad.

Tenía razón; había cambiado mi jaula de oro por una existencia solitaria. Ahora se me permitía vagar sola por el reino pero los lobos de mi edad, o cualquier lobo para el caso, tenía prohibido hablarme o acercarse. Así de protectores e irracionales eran mis parientes masculinos.

Que Jack quisiera hablarme solo significaba que:

Uno, mis parientes no lo sabían.

Dos, Jack es capaz de defenderse en una pelea.

No lo sabía ya que no recodaba haberlo visto alguna vez luchar más allá de intercambiar algunos golpes amistosos con mis hermanos.

De cualquier forma, esto era cada vez más ridículo. A pesar de que mi madre estaba enterada, ella solo suspiraba y me decía que me enfrentara a mis hermanos.

Yo no quería hacer eso ¿Cómo podría lastimar a mis hermanos? Me amaban y yo a ellos… así que estaba jodida. De todas formas, no tenía un buen motivo para enfrentarme a ellos.

-¿Cenarías conmigo esta noche?

Detuve mis pasos y lo miré extrañada.

-¿Por qué?

-Bueno, como dije antes, ha pasado mucho tiempo. Eres la pequeña hermana de mis mejores amigos y me apena decir que sé casi todo sobre ellos pero nada de ti más allá de que ya no quieres ser curandera. – Dijo rascándose su cabeza.

Volví a mirar al frente y seguí caminando.

-No es necesario que me siente junto a ti para que me conozcas, Jack. – Dije suavemente aplastando la pequeña y traicionera llama de esperanza que surgió de repente en mi pecho. – No hay razón para que me conozcas, de hecho.

-No lo veo de esa forma. – Dijo adelantándose por el sendero. – Te veo en la cena, reserva el sitio a tu lado para mí.

El largo baño que me di en la tarde con el jabón especial de durazno que tía Gisselle me mandaba en cada cumpleaños no era por Jack. Mucho menos el bonito vestido rojo que me puse para la cena a pesar de que sabía que mis hermanos se meterían conmigo por eso. Ni siquiera me gustaba usar vestidos.

Llegué a la cena y, sin temor a sonar presumida, la habitación enmudeció al verme llegar y ocupar mi lugar habitual. Pocos segundos después se sentó a mi lado Jack con una amplia sonrisa.

-Buenas noches, Anahí.

Los gruñidos de mis hermanos y mi padre acompañaron la declaración. La risa de mi madre rompió la tensión en el lugar.

-Abajo, cachorros. Si atacan a Jack tendríamos una guerra con el Este y el papeleo sería muy molesto… para ustedes. – Dijo mi madre con un tono amenazante.

No pude evitar soltar una risita.

Esa noche parecía que de verdad estaba interesado en conocer todo de mi y mis reservas se esfumaron lentamente.

Los próximos meses se quedó en el reino y, además de entrenar con mis hermanos, se daba el tiempo para conversar conmigo por las mañanas cuando recogía flores.

Mis expectativas, sueños e ilusiones volvieron con fuerza y comencé a pensar en que necesitaba comenzar otro tipo de entrenamiento: ¿Cómo ser una buena reina?

Sutilmente comencé a frecuentar la oficina de mi madre sin revelar mis intenciones con el pretexto de que quería un poco de cariño. Mi madre me dejaba estar en su regazo encantada.

Fui a despedirlo al muelle cuando regresó a su reino.

No volví a verlo hasta que cumplí dieciséis años. Para entonces estaba decidida a decirle que me gustaría ser su pareja. ¡Qué ilusa e inocente era!

Bueno, realmente aun soy esa niña, ¿No? Pensando en que a pesar de los rumores sobre una posible rebelión, todo estaría bien porque estaba más inmersa en lo que pasaba conmigo que en lo que pasaba a mi alrededor.

Si sobrevivía, arreglaría todo este enredo… de algún modo.

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