No tenía planeado viajar al Norte ese invierno.

La última vez que lo había hecho, me marché con el amargo sabor de una conversación incómoda y el firme propósito de no volver hasta que ella fuera solo un recuerdo borroso entre mis tantos errores. Pero la vida tiene un extraño sentido del humor, y cuando menos lo esperas, te empuja justo hacia aquello de lo que huiste.

No parecía haber pasado tanto tiempo. Sin embargo, en cuanto mis ojos se posaron en ella, lo supe: tres años pueden cambiarlo todo.

Anahí ya no era la niña de mirada temblorosa y palabras torpes.

Era una mujer.

Al principio no lo quise admitir. Fingí indiferencia, como si fuera solo cortesía lo que me hacía observarla de reojo cuando pasaba, o escuchar su risa sin querer cada vez que hablaba con alguno de sus hermanos. Pero había algo distinto en su presencia. Un brillo nuevo. Una calma serena que no recordaba haberle visto antes.

Y, por supuesto, no tenía ni idea de cómo acercarme sin parecer un idiota.

Fue una