Jack Parte VIII.
Esa noche escribí mi primera carta a la princesa.
No eran palabras profundas ni declaraciones de amor eternas; más bien, eran pequeños pedazos de mi mente dispersa: pensamientos absurdos, bromas tontas y algún comentario que solo yo entendía. La envié con una mezcla de nervios y expectativa, y, para mi sorpresa, ella respondió.
Durante el año siguiente, mientras intercambiábamos cartas, me volví adicto a su ingenio. Cada línea suya me hacía reír a solas, me mantenía alerta, me fascinaba. La admiraba sin remedio: su inteligencia, su humor, la forma en que siempre encontraba la manera de intrigarme.
No me importaba nada de las intrigas de palacio ni los rumores de nobles; ella era todo lo que quería y necesitaba.
Pero había un obstáculo: el emparejamiento político que me habían impuesto años atrás.
No podía romperlo… pero ella sí podía. Ahí estaba la clave.
Así que empecé a investigar todo sobre la loba asignada. Su nombre, sus gustos, sus manías, sus hábitos… incluso sobo