Brown miró a Damian, la duda nublándole el rostro. Había algo que debía preguntar —algo necesario si quería planear los pasos siguientes.
—Tú… no golpeaste a la joven, ¿verdad? —preguntó en voz baja pero firme, con preocupación en cada palabra. En realidad no había oído gritos ni alboroto dentro de la habitación, pero necesitaba asegurarse.
La cabeza de Damian se giró hacia él de golpe.
—¡Estás loco por preguntar algo así! —ladró—. ¿Acaso tengo pinta de ser un hombre que golpea a una mujer?
Pasó un segundo.
—Aunque pensándolo bien, tal vez seas tú al que le gusta jugar, ¿eh? —gruñó con voz afilada y sarcástica.
‘Sí, solo le di un par de toquecitos en la frente hasta que casi lloró’, añadió para sí con el ceño fruncido.
—Lo siento, joven amo —murmuró Brown, inclinando ligeramente la cabeza—. No lo entiendo a usted lo suficiente.
Pero el amor vuelve estúpida a la gente. Y peligrosa. Brown había visto demasiada locura en nombre del amor como para no ser cauteloso. Quién sabe si las emoci