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Pasada ya la medianoche.

Damian acababa de terminar lo suyo. A su lado, Livia dormía profundamente, completamente indefensa.

Se quedó mirándola en silencio un instante.

Su cabello estaba desparramado sobre la almohada como seda enredada. Damian lo revolvió con suavidad y dejó escapar una ligera risa al ver sus labios pequeños, entreabiertos en el sopor del sueño.

Con los dedos, le dio un golpecito en la mejilla antes de apartarle el cabello de la oreja.

—Gracias por amarme —susurró.

Se inclinó y le dio un beso suave en la cabeza. Luego subió la manta hasta su cuello, cubriéndola con un gesto protector, como si quisiera resguardarla del frío que osara tocar su piel inocente.

Después de lo que él consideraba una noche extraordinaria, Damian salió de la cama. Recogió la ropa del suelo y fue vistiéndose pieza por pieza.

CRUJIDO.

La puerta se abrió.

Al girarse para mirar una vez más a su esposa dormida, una sonrisa satisfecha se curvó en sus labios.

Pero en cuanto levantó la vista—

—¿Está
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