Todas las palabras de Harry eran irrefutables.
Tenía razón.
¿Cómo podía Damian olvidar la forma en que le arrojó aquel acuerdo a la cara? Cómo trató a Livia como a una sirvienta—no, peor que eso.
Una mujer sin derecho a decir que no.
Sin libertad.
Sin voz.
Incluso podía amenazarla solo para acostarse con ella.
Sí, había usado la destrucción de su familia como arma. La obligó a suplicarle… solo para acostarse con ella.
TOC TOC
El señor Matt entró tras un suave golpe en la puerta, con el rostro tenso. Sostenía algo con fuerza en la mano, debatiéndose entre entrar o arrojarlo por la ventana.
Sabía que lo que traía podía encender la furia de Damian… pero ocultarlo quizá desataría algo peor.
—¿Señor Matt? —Harry se levantó enseguida al ver lo que el hombre mayor tenía en las manos.
Sin decir palabra, el señor Matt le entregó el objeto a Harry.
—Por favor… calme al joven amo, doctor Harry —susurró cerca del oído de Harry—. Si no, esta casa entera se vendrá abajo.
El rostro de Harry palideci