Lo que terminó por enfriarse con las palabras del rey fue el sudor que recorría las espaldas de los hombres en el salón.
—¿Majestad? —inquirió Nov, con un atisbo de incredulidad en su voz.
—Lo que has oído: trae a mi esposa de inmediato.
Sin más que un asentimiento, Nov salió a cumplir la funesta orden. Golpeó la puerta de los aposentos de la reina con firmeza y ella apareció después del cuarto, despeinada, somnolienta, ignorante del oscuro destino que le aguardaba.
—El rey solicita su presencia.
—¿Está en sus aposentos? ¿Por qué no ha venido él mismo? Es lo que suele hacer.
—Él está en «el salón» —respondió, y Eris comprendió que se refería al de las orgías—, y no está solo.
—Si me hubiera dicho antes que tenía planes para esta noche, no me habría retirado al lecho. No voy a cambiarme —cogió un manto y se lo puso sobre la bata. Echó a andar detrás de Nov.
—El rey está con el Asko —le advirtió Nov, visiblemente nervioso, sintiendo la necesidad de prevenirla—, quiere que él la forniq